domingo, 8 de febrero de 2015

La Paloma Rebelde

Una miguita de pan en tiempos de escasez, mmm… Claro que estÁ en otro tejado, no sé si debo… Me tiene dicho el palomo jefe que no vuele más allá de nuestro edificio, que cruzar la calle hasta el tejado de enfrente me traerá los males del infierno. Pero hace días que nadie tira migas de pan en nuestro tejado y nos hemos de conformar con algún que otro gusano repugnante. ¡Qué hambre, dios!
Hace un día estupendo, ni una nube. No amenaza ni lluvia ni granizo, ni sopla demasiado viento; sólo una brisa ligera, alegre como un arrullo infantil. No veo yo qué peligro puedo correr por volar sólo unos metros. Además, el palomo es un tipo antipático, cada día me fio menos de él. Mientras nosotras nos estamos quedando en los huesos, a él se le ve cada día mejor, más lustroso y henchido.
Claro que… ¿y si tiene razón el palomo? Podría haber alguien -un cachorro humano de esos que tanto gritan, por ejemplo- con una escopeta de balines acechando. ¡Debe doler mucho que te acierten con un balín de plomo en toda la pechuga!
Pero… ¡tengo hambre, jolines! Uy, qué fina me ha salido la queja. Es que antes de que empezaran a escasear la miguillas de pan yo era una paloma muy fina. Incluso algo pija. Entonces, el palomo me caía bien, incluso. Era el más guapo y fuerte y sus plumas olían mejor que ningunas. Claro, que él se comía las mejores migas de pan, pero las migajas que sobraban llegaban para todas las palomas. Bueno, para todas, todas, no: algunas ya vivían en los márgenes más sucios del tejado; a esas las despreciábamos. Y fíjate cómo estamos ahora, todo el tejado está cubierto de suciedad, de vómito de gusano indigesto, y las paredes arañadas porque las hay que, a falta de otro alimento, comen yeso. Hoy, todas vivimos en los márgenes del tejado porque el tejado es en sí un gran margen… del casoplón del palomo. Él sí que vive bien, tiene siempre acopio de migas. Pero no las reparte porque dice que ha de estar fuerte para protegernos de nuestros enemigos.
Hace tiempo que unas cuantas empezamos a reunirnos en la sombra de una chimenea, donde se nos ve poco, para pensar cómo hemos llegado a esta lamentable situación y qué podemos hacer,. Hace unos días, la paloma más vieja nos preguntó en voz alta si alguien sabía quién es ese enemigo, y todas la miradas se dirigieron al centro del tejado, al casoplón del palomo. Nadie dijo nada, ninguna paloma elevó la voz, no fuera que el palomo la escuchara. Se gasta muy mal genio el palomo. Pero salimos de aquella reunión más taciturnas que nunca; incluso con cierto rencor, diría. Las palomas somos de natural buenas y confiadas, pero el hambre aprieta. Temo que pueda ocurrir alguna desgracia si ese rencor crece todavía más. O una revolución, aunque las palomas no somos muy dadas a las revoluciones.
Mmmm, casi la puedo oler, esa miga de pan en el tejado vecino. Sólo tengo que olvidar las advertencias del palomo, dar un salto con un poco de impulso, batir las alas sobre la calle, volar. Voy…

(Pdta: ignoro cómo terminó la historia de aquella paloma. Yo sigo en el tejado, acoquinado por el palomo. El autor.)

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